miércoles, 18 de marzo de 2009

"Fuimos felices sin celular"





La generación de la cartilla Alegría de leer no conoció el celular.

Nuestro amigo William Trejos me envió recientemente un correo que parecía ser de esos aburridos que le remiten a uno con frecuencia y que contienen generalmente archivos de Power Point, con mensajes filosóficos, religiosos o políticos, fotos de paisajes o mensajes que nunca les dijimos al hijo al padre o a la madre.

No obstante, este que se llama “¿Te acuerdas?”, mostraba una serie de fotos de los años 60 y 70 que nos traen buenos recuerdos.

Cuando lo leí estaba acompañado de mi hijo de 10 años y entonces ese correo, me hizo evocar la forma como nos divertíamos en “nuestra época” y la diferencia tan abismal en que lo hacen hoy nuestros hijos.

Es que los niños nacidos en los últimos 10 o 15 años no pueden ni siquiera imaginar que nosotros sobrevivimos si TV a color, sin Nintendo, Play Station, X-Box, Game Boy ni el Wii. y menos internet Wi Fi de banda ancha, Google, Google Earth, ni los videos de Youtube.

Se muestran sorprendidos al saber que no podíamos bajar Ring Tones y que tampoco conocimos el Ipod, el Mp3 y menos el Mp4. No cabe en sus cabecitas la idea de que nosotros crecimos sin celular con grabadora de voz ni cámara de muchos megapixeles, y que las fotos las tomábamos con cámaras que usaban una cosa llamada rollo y que se requerían varios días para ver cómo quedaban las fotos, pues había que revelarlas. Le conté esto a mi hijo Juan David y me dijo:-¿Cómo es eso del rollo, papi, entonces las imágenes no se grababan como JPGs para bajarlas al PC cuando no se podían transferir por Bluethoot?

Hoy los niños en el bus escolar viajan oyendo la música que han bajado gratis de internet a sus reproductores musicales. Incluso, se las transfieren de un equipo a otro, como por arte de magia.

Algunos conocimos apenas el radio de transistores, en mi caso, una panela pesada a la que había que colocarle pilas grandes. Incluso alcance a conocer los radios Philips de tubos en los que oíamos programas de humor como Los Chaparrines, La escuela de doña Rita, Montecristo y el famoso Hebert Castro. Años después llegó la TV en blanco y negro, pero no era fácil tener ese lujo.


El TV, empotrado en un mueble con patas, estaba ubicado en la sala, no en los cuartos y había solo uno, por lo cual la familia se reunía todos los días. Hoy el chino se encierra en su cuarto a ver Cartoon Networks y 120 canales más y no sale ni a comer.

Recuerdo además cómo nos divertíamos viendo Hechizada, Bonanza, Mi bella genio, Misión imposible, más tarde: Yo y Tu, Don chinche, El Show de Jimmy, Concéntrese…

Mi hijo me pregunta si la pasábamos aburridos sin Internet y no se explica cómo diablos podíamos comunicarnos con nuestros amigos y amigas sin poder utilizar Face Book ni poder chatear o emplear el correo electrónico o los mensajes de texto de los celulares.


Como lo vi con cara de pesar conmigo por mi triste infancia sin la tecnología, traté de explicarle que realmente la pasamos muy bueno en la infancia sin los aparatos tecnológicos de hoy. Empecé por contarle que cuando éramos chiquitos los juguetes no venían de la China y generalmente no tenían pilas. Por supuesto no existían los Power Rangers, nos tocó jugar con soldaditos de plomo y luego de plástico; nuestros héroes eran Supermán, Aquaman, Linterna Verde, Tarzán, El Santo, El Enmascarado de Plata.

Si nuestros padres no tenían recursos, nosotros hacíamos los juguetes, tallando madera, con palos, con tarros, tapas de gaseosa que aplastábamos. Si no teníamos para comprar los balones de cuero o las pelotas de letras, con trapos hacíamos las pelotas para el picadito y con el palo de escoba el caballito. Nuestra ilusión era tener un par de pistolas de fulminantes plateadas con cartuchera como las del Llanero Solitario o las de Roy Rogers.

Los carritos eran de madera o de hojalata y las muñecas no decían mamá, ni hacían pipí. Ni siquiera tenían un marido llamado Kent ni ellas se llamaban Barby, pero sus ojitos si se cerraban al moverlas. Eran de plástico duro y si se le caía un bracito o una patica. Era un camello volver a encajarlos.

Cogíamos las tapas de gaseosa las rellenábamos de cera, le poníamos un número de almanaque y un pedazo de vidrio y ya teníamos un vehículo para jugar a la vuelta a Colombia sobre los andenes o pintando en la calle con tiza una pista...

Un cajón sobrante, unas tuercas, puntillas, tres o cuatro balineras y ya teníamos un veloz vehículo para lanzarnos desde la calle más empinada sin casco. El freno era un pedazo de llanta que se pegaba con puntillas a este “carro esferado”. En el plano teníamos al amigo que nos empujaba.¿Recuerdan el juego de los cinco huecos o la mayor pared?

En la droguería comprábamos las bolitas de cristal (canicas) o en la escuela, para jugarlas en el recreo. Teníamos que aprender a lanzarlas con los dedos para sacar del cuadro la mayor cantidad de las del retador.

Si acaso nuestros padres tenían modos, podíamos aspirar a un triciclo o a una bicicleta con guardafangos. El casco no lo conocimos, pero pocas veces nos rajamos la cabeza.Si no podíamos tener cicla entonces a echar aro!. En los monta-llantas buscábamos los aros que los sacaban del circulo interior de las llantas viejas y apostábamos carreras haciéndolos rodar empujándolos con un palito.

Jugábamos con nuestros trompos de madera durante horas y nos divertíamos mucho. Mi hijo tiene un trompo de plástico y no entendió cuando le dije que el juego en esa época consistía en retar al competidor “picando una calle”, una especie de carrera de varios metros empujando un trompo. Quien perdía se arriesgaba a que su trompo quedara destrozado por un “seco alemán” que consistía en tirarle encima una gran piedra.

Mientras, las niñas jugaban con sus ollitas de plástico, pintaban la golosa, o se divertían con el juego de Jazz o saltando lazo, o con nosotros a las escondidas, sin el menor peligro pues esa vaina del sexo ni se nos pasaba por la cabeza.
Nuestras armas eran las caucheras y los bodoques. Nos divertíamos jugando a vaqueros e indios y armábamos refugios.Cuando teníamos sed nos tomábamos una KolCana, una Kiss de uva, Lux naranja, una Kola Román o una Lux Kola.

Las fiestas eran en la casa de alguien al ritmo de Marcos Rayo, Lucho Bermúdez, Los Graduados o los Corraleros del Majagual, pues no había discotecas, ni mini- tecas. La música era con discos de acetato que se hacían sonar en las radiolas de aguja. Como no había grandes centros comerciales con cinemas un buen sitio de encuentro eran los Cream Helado.

Nuestro anhelo era que los domingos nos llevaran a cine a los matinales a ver la última película de Tarzán, El Rey de la Selva; además podíamos cambiar las monas del álbum para participar en rifas de balones y ciclas que nunca ganánamos, o cambiar cuentos de Supermán, o El Santo.

Hasta nos divertíamos con papá, mamá y hermanos armando rompecabezas de cartón, o jugando parqués. Cuando nos cogía la noche jugando en la calle nuestra mamá no nos marcaba al celular, solo salía a la ventana y gritaba: “¡Niños, entren ya a comer!". No había mayor peligro en la calle pues había un policía en el parque, hoy seguramente no dejamos salir a los niños si está el policía en el parque. Ni se diga la emoción que nos causaba oír gritar a Carlos Arturo Rueda C. transmitiendo la Vuelta a Colombia.

¡Huy!, casi se me olvida contarle a Juan David que cuando salió el Yoyo Russell de Coca-Cola durábamos horas completas entrenando el perrito paseador la torre Eiffel, o el perrito mordelón. Parece que no me creyó mucho sobre lo felices que fuimos en la infancia. Lo único en lo que sí le noté la envidia a mi hijo fue cuando le conté que solo estudiábamos medio día y que las tareas eran muy pocas; lo más tedioso era adelantar los cuadernos y hacerle los dibujitos. No me podía creer. Le conté además que nunca nos pedían hacer maquetas, carteleras ni trabajos largos en los que tocaba investigar, por lo que nuestros papás nunca se trasnocharon por eso.

-Así si me cambiaría de época con una máquina del tiempo, me dijo, pero me llevaría mi Play Station.

Bogotá, octubre 12 de 2008

Tomado de CicloBR, Club de Ciclismo del Banco de la República.